VERDADES, MENTIRAS Y PELIGROS DEL JUEGO DE LA COPA
El famoso “juego de la copa”, conocido en Europa y Norteamérica como “Tablero Ouija” es ese juego, tan popular entre adolescentes, tratando de invocar algún “espíritu” para formularle preguntas.
El famoso “juego de la copa”, conocido en Europa y Norteamérica como “Tablero Ouija” (siendo este el nombre correcto con el que indistintamente me referiré a él de aquí en más) es ese juego, tan popular entre adolescentes, tratando de invocar algún “espíritu” para formularle preguntas.
El nombre proviene de las expresiones “oui” (“sí”, en francés) y “ja” (lo mismo, pero en alemán) en clara alusión a una de las palabras básicas que integran la práctica, consiste, en su expresión más elemental, de un conjunto de tarjetas o simples trozos de papel, en cada uno de los cuales se ha escrito una letra del abecedario, dispuestas todos en un gran círculo sobre una mesa, y luego cuatro más, centradas dentro del círculo, con las palabras “Sí”, “No”, “Pregunta mejor” y “Adiós”.
Finalmente, en el centro mismo del círculo se dispone un vaso o copa de vidrio o cristal, boca abajo, sobre cuya base los participantes han de apoyar suavemente un dedo, mientras alguien del grupo, adoptado como “líder”, dirige la reunión (y las preguntas, en el caso de manifestación de una hipotética entidad), otro, un tanto apartado, va tomando nota —le decimos, el “escribiente”— de las letras que el vaso en su frenético deambular va señalando, hasta formar palabras y frases coherentes (o no).
Desde tiempo ha —y en los últimos años a través de Internet— venimos asistiendo en distintos foros a un aluvión de exposiciones más o menos fundamentadas sobre la Ouija, unos a favor, otros en contra.
Acostumbrado a desconfiar del maniqueísmo en todos sus aspectos —pero mucho más en los ámbitos de lo esotérico— me ha llamado poderosamente la atención que mientras que sus defensores parecen no advertir ciertos riesgos obvios implícitos en su uso, sus detractores (aun aquellos que afirman haberla experimentado) reaccionan más cerca de histéricos fundamentalistas que con la equidad que exige la práctica experimental.
Una práctica que no pudo retacearles sus beneficios.
Porque no solo después de leerse centenares de exposiciones sobre el empleo de este medio sino, muy especialmente, después de haber participado —estimo— en más de doscientas sesiones de todo tenor, desde meditadas y serias en ámbitos controlados experimentalmente hasta en la sobremesa de frívolas reuniones, actuando alternativamente como “líder” del grupo, participante, escribiente o simple espectador, creo haberme formado una opinión global bastante aproximada de esta herramienta.
Y ello es lo que trataré de exponer en este artículo.
Desde el siglo XIX se la viene usando, conocida generalmente como “plancheta”, por tratarse en los primeros tiempos de un simple triángulo de madera que en ocasiones tenía tres patines equidistantes y un lápiz insertado en un extremo.
El “médium escribiente” apoyaba suavemente las manos sobre la plancheta y esta, al deslizarse respondiendo a las preguntas de los presentes (es obvio que el marco de su nacimiento fueron las sesiones espiritistas) escribía burdamente palabras que conforman la respuesta buscada.
Se dice que allá por 1880 a un norteamericano se le ocurrió, ante lo indescifrable de muchas grafías, escribir las letras en un semicírculo sobre una plancha de madera, y entonces se trataba simplemente que la plancheta se deslizara sobre ella, observando los presentes qué letra señalaba el vértice no ocupado por las manos del médium. Más adelante, se amplió el orificio que originalmente portaba la pluma y se insertó en ese lugar una pequeña lente de aumento; así, se podía observar a través de esta cuál era la letra elegida. La típica Tabla Ouija de principios del siglo XX, con esa caligrafía tan propia del Far West, comenzó a industrializarse, y ello la sacó de los cenáculos espiritistas llevándola al común de los mortales.
Nadie sabe muy bien cuándo comenzó, empero, a vulgarizarse más la “vasografía” o “juego de la copa”, como también se conoce al sistema que hemos descrito en un principio. Tal vez, el desconocimiento de novatos de dónde hacerse con tableros Ouija o la escasez de recursos de jóvenes entusiastas avivaron el ingenio al punto de que en Latinoamérica, por caso, se difundió más esta alternativa que su respetable original.
Ambos, sin embargo, se sostienen en el mismo principio, así como lo que, por lo menos en Argentina, se conoce como “el juego del libro”, “el juego de la birome” (Birome: como en Argentina se llama a los bolígrafos, en honor de su inventor, el húngaro-argentino Lazlo Biró), o el “amuleto de Namuncurá”. Como simple curiosidad folclórica, vamos a detenernos en ellos.
El “Amuleto de Namuncurá”, ciertamente, nada tiene de “amuleto”, en el sentido que hemos estudiado y experimentado en nuestros cursos. Se trata de una alianza matrimonial (por qué debe ser una alianza matrimonial y no un anillo cualquiera, es parte de la tradición) que debe sostenerse de un cabello de mujer, y suspenderse sobre una mujer encinta para que, con sus movimientos indique el sexo de la criatura por nacer (dextrógiro si es varón, levógiro si es niña).
Ciertamente, nada preternatural se adivina en este sistema que por otra parte responde a la más pura esencia de la práctica radiestésica, tema que tratamos en profundidad en nuestro libro “El Correcto Uso del Péndulo y la Pirámide (Editorial Siete Llaves, Buenos Aires, 1999). Cierta leyenda apócrifa adjudica su invención a Ceferino Namuncurá, un “santito popular” argentino, un niño sumamente piadoso, hijo del cacique mapuche Manuel Namuncurá, quien fue bautizado y por cuya profunda devoción supo ser enviado por los padres salesianos al Vaticano de visita, en cuya travesía murió, teniendo 18 años, aquejado de tuberculosis.
Esta historia, en los comienzos del siglo XX, impactó profundamente en la sensibilidad sencilla de la masa popular argentina, quien comenzó a rogar por el alma del joven y, a la vista de supuestos “milagros”, le otorgó categoría de santo, claro que no oficialmente canonizado.
Para la Iglesia Católica, empero, Ceferino es “venerable” (un grado previo al paso de “beato” y este inmediato anterior a la santificación, lo que de hecho le transforma en el culto popular más cercano a la hagiografía católica. Como decíamos, nada certifica que Ceferino haya siquiera empleado este sistema, pero así se ha mantenido la creencia al paso de los años.
Después de participar en numerosas sesiones, insisto, si algo he discernido con claridad es que las “inteligencias” que se manifiestan a través de esta práctica responden a un amplio espectro.
Para decirlo más claramente: estoy seguro de que en una sensible mayoría de casos es —dejado el fraude consciente de lado— el propio inconsciente (personal, de uno de los participantes, o colectivo del grupo) el que se manifiesta. Me convenzo más de que en otra porción de ese espectro aparece una “inteligencia exterior” que se manifiesta. Si esta inteligencia exterior es quien dice ser (espíritu, ser de otras dimensiones, extraterrestre) es algo más cercano a la creencia que a la certeza.
Es un hecho que cuando —ahora estoy hablando del “juego de la copa”— todos los participantes apoyamos suavemente nuestros dedos índice sobre la base de aquella, aunque creamos no estar ejerciendo ninguna presión ciertamente una mínima se realiza, conformando un “sistema de fuerzas” cuya resultante imprimirá a la copa el desplazamiento en la dirección y sentido que determine, ora el azar (lo que explicaría el movimiento errático y la conformación de palabras sin sentido en muchas sesiones, especialmente las novatas), ora el deseo de fraude consciente (bastando entonces que uno de los participantes imprima una presión levemente superior sobre la copa; volviendo al concepto de sistema de fuerzas, la resultante estará entonces determinada por aproximación a la intencionalidad de la fuerza más marcada) ora por la incidencia de una “inteligencia exterior” que así podrá encontrar la manera de expresarse. Claro que algún lector escéptico puede objetar que si en definitiva es el propio impulso de los presentes —consciente o inconsciente— lo que determina el movimiento de la copa, qué valor tiene la experiencia desde el punto de vista de la experimentación paranormal, a lo que respondería que lo que hace “paranormal” a una experiencia no es tanto qué fuerzas intervienen sino cuál es el resultado. Comparémoslo con una evaluación radiestésica: como ya sabemos fehacientemente, el movimiento del péndulo en un sentido u otro no es producido por ninguna fuerza exterior al experimentador; no hay ningún duendecillo invisible que jala el péndulo hacia un lado o hacia el otro. Es el propio operador, que con contracciones musculares, inconscientes e involuntarias, produce el movimiento. Claro que lo que realmente importa, desde el punto de vista radiestésico, no es la supuesta “paranormalidad” del movimiento sino la paranormalidad de los resultados: en tanto y en cuanto la información recibida por este medio es inaccesible a otras vías de información. Lo mismo ocurre en el juego de la copa; ya sabemos que la movemos nosotros: lo que nos interesa es qué nos revela ese movimiento.
Cuando regresemos en otro ensayo con conceptos sobre Posesión y Obsesión (las dos formas clásicas para el cristianismo de incidencia de inteligencias exteriores sobre el ser humano, claro que tratándose de palabras con evidentes connotaciones perversas de las que trataremos de despojarles en esa oportunidad) se comprenderá mejor cómo actúa la entidad sobre el o los sujetos que participan de una vasografía; baste por el momento señalar que seríamos demasiado ingenuos de suponer que una simple frase invocativa o propiciatoria (del tipo: “pedimos a las entidades de luz que...”) alcance para asustar y alejar a aquellas que moran en las tinieblas. En consecuencia, ¿cómo podemos estar seguros de que la entidad que se presenta es quien dice ser y no obedece a otras oscuras —y tal vez negativas— intenciones? “El mejor truco del diablo es hacernos creer que no existe”, escribió Paul Eluard. Y si esa entidad se presenta como la abuela fallecida, el hermano cósmico o el santo de devoción, difícilmente los participantes en una sesión (generalmente adolescentes y en ocasiones con poco sentido crítico, demasiado comprometidos emocionalmente con la experiencia y, a mi criterio, con la debilidad más significativa: necesitan información, es decir, son parte interesada en el contenido del contacto) se lo cuestionen, es decir, pongan en duda las palabras de esa entidad en cuanto a su naturaleza o propósito. Baste entonces que la entidad, que durante algunas sesiones se fue granjeando la simpatía de los presentes con consejos útiles, advertencias prácticas y redituables, baste decía con que un día esa entidad pronostique la muerte de alguno de los presentes, o amenace a uno de ellos, o señale como sujeto de desconfiar a uno de los participantes, para generar angustias, rencillas, aislamientos sin par. Y si alguna de las personalidades participantes acusa algún desequilibrio psicopatológico —y no se puede ser juez y parte a la vez; ¿cómo podemos estar seguros de que cada uno de nosotros está psíquicamente equilibrado?— estará dado el mejor (o peor) escenario posible para que este se realimente y se potencie por la carga traumática de la experiencia.
Pero también es cierto que el juego de la copa, el tablero Ouija y cualquiera de sus variantes abre una puerta fascinante: cabe la posibilidad de que algunos “mensajes” en realidad sean la dramatización, la catarsis de un proceso de percepción extrasensorial inconsciente de algunos de los individuos (o del grupo) como en el caso de una premonición hipotética: no sería así la entidad que avisaría de algo, sino el mismo individuo que representaría la percepción personalizándola en un supuesto “ser” ajeno a él que se materializa en la sesión. Muchos efectos colaterales, entonces (movimiento de muebles, etc.) podrían ser perfectamente fenómenos de telekinesia provocados por el o los presentes. Y aún para los casos —creo que menores— donde entidades exteriores se presentan, aún en tela de juicio su naturaleza, se transforma así en un campo fascinante de experimentación y observación.
El problema entonces, creo, no está en la experiencia en sí, sino en la falta de preparación, de liderazgo, de continuidad experimental y de falsas expectativas creadas que portan los participantes al abocarse a una sesión. Si no estoy debidamente preparado (intelectual, emocionalmente y con práctica), si no hay una conducción responsable del experimento, si todo está rodeado de un clima de frivolidad y pasatismo, si necesito o deseo respuestas, no solo estaré exponiendo a cualquier erosión el sensible epitelio de mi volubilidad psíquica; estaré también abriendo verdaderas puertas a entidades no llamadas que aprenderán para sus fines (sean estos de manipulación o de “vampirismo psíquico”, como hemos descrito en otras oportunidades) con qué facilidad de político latinoamericano acercándose con sencillas promesas el común de los mortales abre su corazón.
Datos para tener en cuenta
Por otro lado, no es mi intención, alejar de la práctica a quienes deseen iniciarse; baste tener presente las siguientes prioridades:
A) Realizar las sesiones concibiéndolas desde el vamos como ámbitos de reflexión, observación y estudio objetivo y despersonalizado. Evitar que sean la natural continuidad de fiestas mundanas, cumpleaños, etc.
B) Asegurarse la presencia de alguien con acreditada experiencia en este tipo de sesiones, que por otra parte goce de la confianza como individuo de los presentes y sobre quien haya opinión conjunta de su equilibrio emocional. Difícilmente un grupo logre ponerse de acuerdo —sin herir susceptibilidades— en este punto a minutos de comenzar la experiencia, por lo que conviene acordarlo con suficiente anticipación.
C) Disponer un “escribiente”; alguien con suficiente provisión de papel y capacidad de maniobrar alrededor del grupo para ir anotando las letras, las pausas, sin perturbar demasiado.
D) Disponer un “punto de fuga accesorio, además de la palabra “adiós” que va inscripta (en ocasiones reemplazada por un pequeño círculo negro).
E) Evaluar previamente —mediante una simple conversación si los participantes se conocen previamente— quién se encuentra atravesando algunas crisis emocional, severas dificultades en su vida personal que lo perturban anímicamente, etc. Cuando menos esta persona debe estar “protegida”
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